El poder de la música en Senegal

El poder de la música, por Daniel Rodríguez

La música, motor de vida y alegría en Senegal

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Cuando uno procede de la tradición y el folclore flamenco está más o menos acostumbrado a que la música forme parte del día a día, al canturreo de coplillas mientras se hace cualquier tarea.

Pero cuando uno llega al continente africano, y vive durante varios meses en el sur de Senegal, se da cuenta del poder que puede llegar a tener la música.

Podríamos dedicar días y páginas a hablar de la energía con la que bailan y la energía positiva que desprenden cuando lo hacen, que algunos la relacionan según con la zona geográfica de origen. De modo que dicen que los de la región sur de Senegal bailan con más energía, movimientos más bruscos y abiertos, porque los árboles del bosque de la región de la Cassamance les dan la energía. Por el contrario, en la región norte del país, zona subdesértica, las danzas son más suaves y los movimientos más ligeros.

En cualquier caso, lo que hemos podido observar es que la música (y sobre todo en directo), les atrae, y les apasiona. Si llega un grupo de «griots» (músicos) al pueblo, no importa si has comido o no, si estás trabajando o descansando, si es de día o de noche, si hace mucho calor, si estás a la sombra o al sol, si tienes un bebé en la espalda o si tienes una herida en el pie. Enseguida, rompen a aplaudir, acompañando el ritmo de “tambores” y “violines” artesanales, y a bailar se ha dicho.

Y, que sean bienvenidas todas las personas del lugar, mujeres y hombres, niños y ancianos, quien más quien menos, todos mueven el esqueleto sacudiendo el polvo de sus cuerpos, al mismo tiempo que lo amontonan en sus pies descalzos, porque eso sí, si una mujer lleva tacones, antes de comenzar a bailar se los quita para poder moverse con comodidad.

Mientras que la música dura, todo el mundo olvida cualquier dificultad de su vida, las carencias, los problemas con el vecino, o las deudas a pagar.

La música es la protagonista, y todo lo demás queda en segundo lugar.

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