Colombia: una vida nueva para los residuos del manglar

Ludovica Maria Chieppa

El aspecto más llamativo del paisaje del Pacifico colombiano y el que sin embargo captura la mirada del recién llegado, es el escenario de los manglares: una extensión verde de árboles con largas e intricadas raíces, descontinuado por la típicas construcciones locales sobre palafitos de madera.

Llegando a San Andrés de Tumaco, departamento de Nariño, como voluntaria del programa “EU Aid Volanteers”, quedé fascinada por la enorme diferencia entre el paisaje mediterráneo – para mi familiar – y el paisaje húmedo-tropical que hará de fondo en mis meses de estadía en estas tierras.
Queriendo saber más sobre la historia del manglar, me di cuenta de que no es solamente un interesante ecosistema de pantanos y fuente de vida para las decenas de especies que lo habitan, sino la clave de la vida social y económica de la costa pacífica colombiana.

Sin embargo, es otro el aspecto que se observa a simple vista recorriendo los alrededores de la isla de Tumaco: la gran cantidad de residuos domésticos, portuarios e industriales acumulados en las orillas de los manglares y de las playas. El crecimiento urbano e industrial; la falta de tratamiento de los residuos; la explotación maderera y de la pesca, han desgastado ya gran parte de los recursos naturales de la costa tumaqueña, con impactos adversos para el medio ambiente y la salud humana.

Frente a esta situación, destaca el trabajo de una de las organizaciones más virtuosas entre las que apoya la ONG Alianza por la Solidaridad: la Asociación de Reciclaje “Fénix”.
Fénix surge de las iniciativas y del compromiso de un grupo de mujeres tumaqueñas que, desde hace ya cuatro años, se dedican a reinventar los residuos plásticos que estropean el paisaje urbano y periurbano.

Las mujeres de Fénix en una capacitación.

A través de laboriosas manualidades, las mujeres de Fénix transforman desechos plásticos cuales tapas y botellas en lindas pulseras, aretes, canastas de colores y arreglos florales.
Regalan una nueva vida no solamente al material plástico que trabajan, sino a la comunidad donde viven, enseñando a estudiantes, docentes y vecinos que una actitud diferente hacia los problemas puede generar inmensos cambios en la vida cotidiana, incluso dentro de contextos de violencia y exclusión.

Gracias al ejemplo de las mujeres recicladoras de Tumaco, volveré a casa con un aprendizaje extra: cada uno de nosotros puede generar iniciativas virtuosas capaces de impactar sobre el entorno social, económico y medioambiental, sumando su trabajo al de la comunidad donde vive.
En fin, si un desecho plástico deja de ser tal dependiendo de la manera en que se le observa, los problemas de las comunidades pueden cesar de ser obstáculos y convertirse en oportunidades de crecimiento.

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