Desde los Andes peruanos al Pacífico colombiano. Dos experiencias de voluntariado en comparación

Giselle Sartori

En el último año tuve la suerte de pasar la mayor parte del tiempo en América Latina, región donde nací y que amo. Antes de llegar a Colombia, en donde trabajo como voluntaria de comunicación para Alianza por la Solidaridad, estuve desplegada por 8 meses en Perú. Esa fue mi primera experiencia lejos de Italia, a los 29 años. Un poco “tarde” respecto a muchos de mis compañeras y compañeros, ¡pero afortunadamente lo bonito de la iniciativa EU Aid Volunteers es que no hay límite de edad para participar!

El tiempo transcurido como voluntaria en los Andes peruanos fue realmente inolvidable: ahí conocí a personas maravillosas, aprendí a vivir y trabajar en otro país, a conocer una cultura muy diferente de la mía, y a adaptarme rápidamente a un nuevo contexto. Además, las experiencias en terreno (a 5.000 msnm) junto a las comunidades altoandinas de Apurímac fueron tan impactantes que me hicieron entender que lo que más quería era seguir trabajando en el sector de la Cooperación Internacional y Ayuda Humanitaria, para apoyar a las comunidades más vulnerables. Es por esta razón que estoy de vuelta a América Latina, precisamente en el Pacífico colombiano.

Llegué a Bogotá, la capital de Colombia, apenas dos días antes del Paro Nacional que, a pesar de algunos desórdenes enfatizados por los medios, fue una marcha pacífica y un ejemplo de democracia que marcó un momento histórico para el país. Así, desde primera hora de la mañana del 21 de noviembre, miles de mujeres y hombres de todas las edades y estratos sociales inundaron las calles del centro de la ciudad al grito de “¡no tenemos miedo!”, acompañado por el ruido de los tradicionales cacerolazos latinoamericanos. Las muchas demandas que surgieron durante los días de protesta iban desde la implementación de los acuerdos de paz y la protección de la vida de líderes y lideresas sociales, hasta la eliminación de la violencia basadas en género, el respeto de la Amazonia y la autonomía de los pueblos indígenas. Comenzar mi despliegue en este escenario fue realmente emocionante: ¡un verdadero salto al corazón de la sociedad colombiana!

Después de algunos días de capacitaciones llegué a San Andrés de Tumaco, la “Perla del Pacífico” en la región Nariño, donde Alianza por la Solidaridad ejecuta diferentes proyectos a favor de las Víctimas del conflicto interno. En poco tiempo, aprendí que la realidad del contexto local es durísima: justo en este momento hay en marcha una emergencia humanitaria que ve alrededor de 3.000 personas desplazadas huyendo del fuego entre grupos armados en el Río Chagüí.  

Antes de llegar a Tumaco, no tenía una idea clara de la dinámica del conflicto colombiano, que desde su inicio cuenta con millones de desplazados forzados, miles de desaparecidos y cientos de miles de víctimas. Sin embrago, ahora entiendo que la violencia es algo que no pertenece solo al pasado -como había visto en Perú con la cuestión del Sendero Luminoso- sino que constituye una herida abierta en la vida de muchas personas que viven en estos territorios, tanto rurales como urbanos, que desde más de 50 años no conocen paz.

En Italia, lugar donde crecí, la prensa no habla mucho del conflicto colombiano. Además, a menudo nos muestran una cara de Colombia envuelta en narraciones sensacionalistas llenas de estereotipos. Es decir, una tierra de ilegalidad donde las y los latinos siempre son criminales, raperos o narcotraficantes.

En cambio, nadie nos habla de una sociedad fuertemente comprometida con la defensa de los Derechos Humanos, cuyo mejor ejemplo son los líderes y lideresas afrodescendientes e indígenas; que desde pequeñas veredas olvidadas por los demás emprenden una extenuante lucha por la Paz, la autonomía y la prosperidad de toda la comunidad, sin importar el altísimo riesgo de perder la vida.  

A esto se suma el trabajo del Estado y el increíble esfuerzo de las organizaciones de la sociedad civil -tanto locales como extranjeras– que acompañan los procesos de construcción de Paz, reparación y protección de las Víctimas, como Alianza por la Solidaridad, que lleva más de 21 años presente en Colombia.

Por mi parte, como voluntaria de Ayuda Humanitaria de la UE, me siento orgullosa de tener la oportunidad de involucrarme en estas causas y observar desde muy cerca una humanidad animada por valores tan esenciales para la reproducción de la vida como la no violencia y la cultura de Paz. Gracias a esta doble experiencia en América Latina siento que puedo volverme un agente de cambio: no solo en aquí, también en mi país al momento de volver a casa. Siento que puedo contribuir a romper estereotipos, cambiar narrativas y difundir historias diferentes de aquellos “relatos únicos” que distorsionan nuestras formas de ver y son tan distantes de la realidad. En fin, siento que puedo contarle a “mi mundo” que aquí hay gente a la que no le importa cuánto largo sea el sendero de la violencia, ¡porque ellos no tienen miedo!  

 

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