Escapando de la pantalla, enfrentándome con la realidad

Finja Koester, Colombia

Siendo voluntaria en monitoreo y evaluación dentro de la iniciativa EUAV, yo no salgo mucho a terreno. En verdad, la mayoría de mi tiempo, lo paso en la oficina, organizando fuentes de verificación, analizando encuestas, redactando informes.

En resumen, apoyo en todo lo que tiene que ver con la planificación, la implementación de las actividades y el seguimiento de los proyectos que está ejecutando Alianza por la Solidaridad en la sede de Tumaco. Dada la naturaleza que tiene este puesto, las ocasiones para poder salir al campo, y estar en contacto con los beneficiarios, son raras y muy especiales para mí. Digamos, que es un seguimiento más directo y real, ya que viendo los proyectos desde el lado más teórico, a través de metas y cifras, a veces uno puede olvidar la razón por la que todos estamos reunidos aquí – para brindar asistencia humanitaria a la población afectada por el conflicto armado y la violencia en Colombia, mejorar sus condiciones de vida y fortalecer su resiliencia. Salir al terreno sirve como recordatorio porque, a pesar de las complicaciones, dificultades, riesgos y molestias que uno pueda encontrar en la cooperación internacional, nos motiva día a día para trabajar duro y con entusiasmo.

Las salidas al terreno también cumplen otra función: me ponen los pies en la tierra. Estando en monitoreo y seguimiento, es fácil centrarme en mis fichas de planificación en Excel.  Es fácil poner fechas y plazos para aplicar una encuesta a X personas, dictar X taller sobre entornos saludables, entregar X filtros a personas en situación de desplazamiento, o fortalecer a X organizaciones de la sociedad civil. Y, haciendo el seguimiento semanal con los compañeros y compañeras de la oficina, también es fácil disgustarse cuando no han cumplido con sus tareas semanales.

Las salidas al terreno me cambian la perspectiva. De repente, no soy yo quien señala cuando aplicar tal encuesta a tantas personas. No, ahora soy yo en terreno aplicando esas mismas encuestas, enfrentándome con todas las complicaciones que trae. La realidad en el campo es compleja y así es el trabajo que se ejecuta allí. Las misiones en el campo sirven para concientizarme, afinar mi empatía y sumergirme en otra realidad que no suelo ver en mi computadora. Entender el contexto rural me ha impactado mucho y me parece indispensable para comprender  por qué unas veces los objetivos no se pueden alcanzar según lo planeado, ya sea por cuestiones de seguridad, condiciones climáticas desfavorables, fuerza mayor o simplemente mala suerte.

La realidad no es tan blanca y negra como mis fichas de Excel, y soy feliz de que así sea, porque después de todo, estamos trabajando con humanos y todos sabemos que la vida da vueltas imprevisibles. Trabajamos en zonas distantes y de difícil acceso, con condiciones climáticas difíciles y en entornos de seguridad frágiles –mejor dicho, si no fuera por estas condiciones difíciles, probablemente no trabajaríamos allí. Pero justamente por esta razón también hay que entender, mientras estoy calculando los avances del proyecto desde mi oficina en Tumaco, que cuantificar estos avances no tiene en cuenta el esfuerzo y dedicación que les tomó a mis colegas llegar a fin de mes en el terreno.

Estoy extremadamente orgullosa de tener la oportunidad de ser parte de un equipo tan dedicado y trabajador, aunque a veces de pronto no lo parezca – ojalá mis colegas piensen en mis palabras durante la próxima ronda del seguimiento.

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