Un día como hoy, me quedo en Colombia

Eleonora Bitocchi 

Un día como hoy, si los planes hubieran ido como había previsto hace algunos meses, estaría ya haciendo las maletas con un ticket de vuelta a Italia.

Pero si hay algo cierto en mi vida, es que los planes nunca salen como los había previsto. Cuando en julio me propusieron Colombia como nuevo destino de mi voluntariado, estaba pasando por una época muy diferente. Confieso que hasta me daba miedo aceptar un viaje tan largo. Así que pensé que cuatro meses serían suficientes para aprender lo que necesitaba, completar mi experiencia y volver a Europa.

Obviamente me equivocaba, y mucho.

Para aprender todo lo que implica un trabajo como el que estoy desarrollando en la regional del Cauca, apoyando a Alianza por la Solidaridad como voluntaria de la Unión Europea en el área de monitoreo y seguimiento, necesitaría mucho más tiempo. El trabajo técnico en sí consiste, entre otras tareas, en la planificación y el control de calidad de las actividades y de los proyectos implementados, a través de la revisión de las fuentes de verificación necesarias para la aprobación de los donantes. Por otro lado, para el buen funcionamiento de las tareas descritas se necesitan buenas capacidades de escucha y mediación, organización y positividad. Esto sí, ¡no es poca cosa!

Otro aspecto en el que estaba equivocada era en que, para conocer y entender un contexto político y cultural tan variado como el colombiano, se necesita mucho más tiempo.
A pesar de la firma de los acuerdos de paz, que este mes cumple 3 años, quedan grandes desafíos frente a la violencia que se vive cotidianamente en regiones como el Cauca. Los diferentes grupos étnicos lograron participar en los diálogos de paz, a través la inclusión de un capítulo étnico en los acuerdos. Sin embargo, a día de hoy, las comunidades indígenas, negras y afrodescendientes carecen de garantías fundamentales y siguen reivindicando activamente sus derechos.

Por ejemplo, en un día como hoy, apoyando a una compañera en la implementación de un taller en La Paila (Buenos Aires), he encontrado a una comunidad nasa que hasta hace unas pocas semanas solo conocía a través del papel. Una vez más, comprobé que todo lo bonito que me habían contado sobre ella era verdad: una comunidad moderna con tradiciones antiguas, que lucha para defender su territorio, para no perder su cultura y su idioma, donde mayores, jóvenes, hombres y mujeres trabajan juntos, donde los niños y las niñas se juntan para tocar música que promueva la paz. 

No sé por cuánto tiempo tendré la suerte de trabajar en este hermoso país, donde coexisten tantas realidades diferentes, y poder descubrirlas poco a poco.
Pero sé que hoy, volviendo a la oficina, entre las ruidosas calles de Santander de Quilichao, por fin, me sentí en casa.

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